Todos hemos tenido a alguien que nos cuidó cuando no éramos capaces de hacerlo por nosotros mismos. Alguien que nos alimentaba, que nos daba un hogar, nos lavaba, cuidaba de nosotros si estábamos enfermos, etc.
Cuando llegamos a una cierta edad, cada vez hay menos cosas que necesitemos de los demás. Ya no hay otra persona encargada de cuidar de nosotros, sino que tenemos que hacerlo por nosotros mismos.
Es importante pensar en cómo nos cuidaron estas personas que lo hicieron, porque será así como cuidaremos a otros y como nos cuidaremos a nosotros mismos.
Y bien, ¿cuáles son las cosas buenas que hemos aprendido de nuestros padres? Pues aquellas que nos gustan de nosotros mismos.
En mi caso, he aprendido a ser responsable, bondadosa, generosa, a cuidar de los demás y a querer de manera incondicional.
Por otro lado, hay algunas cosas que nos gustaría cambiar.
Yo, de las que he adquirido querría cambiar un cierto miedo que tengo a cosas del mundo que poco a poco voy resolviendo, prejuicios o la necesidad de controlar los detalles de mi vida. No tiene por qué ser malo querer tener control, es lo normal. El problema está en querer controlar tanto que una pequeña locura puede darme cierto miedo.
Ahora viene la parte más complicada. Buscaremos un sitio tranquilo, un momento relajado y pensaremos sobre cómo nos hubiera gustado que nos cuidaran.
En mi caso cambiaría pocas cosas, quizás lo único que cambiaría sería un poco más de libertad, que me hubiese hecho más independiente y con menos miedos.
Pero que tuviese todo ese amor incondicional, esas caricias, esa escucha des del amor y la intención siempre de superar las adversidades o la diversidad de pensamiento.
Para nuestro propio bienestar, deberemos conectar con esa persona que nos estamos imaginando. Estas cualidades, en realidad, forman parte de nosotros, cada una de ellas. Siempre que lo necesitemos, podemos recurrir a ellas y cuidarnos y darnos el amparo que necesitemos cuando nos sea necesario.
Comentarios
Publicar un comentario